San Andrés: restaurar la costa empieza por entenderla (y cuidarla juntos)

San Andrés: restaurar la costa empieza por entenderla (y cuidarla juntos)
Facebook
Threads
WhatsApp
X

Una isla que ya siente el clima en la piel

En San Andrés las noticias ambientales dejaron de ser un telón de fondo. Cada oleaje fuerte que se come un metro de playa, cada temporada de tormentas que llega más temprano y se va más tarde, confirma que la isla necesita pasar de las alertas a la acción. La cobertura local lo ha mostrado con paciencia: hay monitoreos de pastos marinos en Old Point y Cotton Cay, campañas de limpieza en Sprat Bight y una conversación creciente sobre cómo proteger los ecosistemas que sostienen el turismo y la pesca. No es un tema “verde” decorativo; es la base de la seguridad económica y cultural del Archipiélago.

Manglares y praderas: la “infraestructura viva”

La brújula apunta, otra vez, a los guardianes naturales de la costa: manglares y praderas de pastos marinos. La evidencia que se produce en la isla y en el Caribe colombiano coincide en su papel de infraestructura viva: capturan carbono, amortiguan la energía del mar, estabilizan sedimentos y dan hábitat a peces juveniles. Dejar que se degraden sería como desmontar, tabla por tabla, el rompeolas que nos protege. Restaurarlos, en cambio, multiplica beneficios: menos erosión, más resiliencia ante huracanes, más biodiversidad y un aporte real a la mitigación climática a través del llamado “carbono azul”. Los seguimientos recientes en San Andrés y el trabajo con entidades científicas refuerzan esa ruta.

Mirar el sistema completo, no solo la orilla

La gestión local tiene un reto que no se resuelve con una sola obra. Proteger los pastos marinos sirve de poco si el borde costero sigue recibiendo residuos, si se tapan drenajes naturales o si se autorizan intervenciones que aceleran la pérdida de arena. Por eso los proyectos más sólidos están mirando el sistema completo: salud de manglares y praderas, manejo de basuras, educación ambiental y participación comunitaria. La idea es sencilla de decir y compleja de ejecutar: reducir presiones humanas para que los ecosistemas recuperen su función protectora, con monitoreo público y resultados verificables. En las últimas semanas, esa mirada integrada ha ganado espacio en agendas oficiales y ciudadanas.

Ciencia local que se entiende y se comparte

San Andrés también está aprendiendo a contar mejor su ciencia. Cuando un medio local explica por qué una pradera de Thalassia vale tanto como un muro bien puesto, o cuando un colectivo de jóvenes muestra en redes el antes y el después de una zona restaurada, la conversación cambia. La educación ambiental deja de ser un acto escolar anual y se vuelve cultura cotidiana: por qué no pisar praderas con anclas, por qué respetar vedas, por qué un manglar “feo” a la vista es, en realidad, el mejor seguro contra la marejada. Ese giro comunicativo—apoyado por instituciones, comunidades y organizaciones de conservación—es tan importante como cualquier geotubo.

Lo que mantiene a la isla habitable

No hay atajos, pero sí una dirección clara. San Andrés necesita decisiones urbanas que no empujen la línea de costa al abismo, ciencia local financiada y útil para la gestión diaria, y alianzas que conviertan los diagnósticos en obras bien pensadas. Cada campaña de limpieza que evita que el plástico regrese con la corriente, cada parche de mangle que vuelve a respirar, cada pradera monitoreada sin anclas encima, suma a una misma meta: que la isla siga siendo habitable, bella y productiva para quienes la llaman hogar. La noticia ambiental del día no es el susto del oleaje; es la capacidad de responder con rigor, constancia y comunidad.

Noticias relacionadas